Lo mejor de salir de paseo sin ningún tipo de programa o itinerario consiste en el riesgo a terminar en lugares jamás pensados y con gente inimaginada, y de todas formas, las cosas planeadas crean falsas expectativas y nunca salen como se espera.
Don Jaime y Don Raúl son una pareja común y corriente que un día cualquiera fueron atacados con la idea de irse a viejar por Europa. Dejando todo a un lado, empacaron las maletas y emprendieron la travesía hacia el desconocido y lejano continente. Finalizaron el viaje, pasearon, compraron, comieron y se gastaron hasta la última moneda escondida en lo más profundo de sus bolsillos. Quedaron literalmente en ceros.
A su regreso a Colombia y motivados por una pasión mutua, decidieron olvidar cualquier tipo de labor pasada para dedicarse al turismo en un lugar semi virgen ubicado en una isla a mas o menos veinte minutos en lancha desde el muelle de Buenaventura. Una isla llamada Piangüita.
Construyeron una cabaña con sus camas, sus luces, sus ventiladores, su baño y sus decoraciones respectivas y se instalaron en la isla esperando por alguien que fuera capaz de llegar a aquel desconocido y solitario lugar. Colocaron, junto a la cabaña una cocina para preparar comida y deleitar los paladares de los que allí fueran a dormir. Pero como el turismo no era algo frecuente en la isla, iban únicamente cuando era temporada vacacional (alta) únicamente.
Así comenzaron un nuevo episodio en sus vidas. De ceros, rompieron con la tradición ciudadana donde la prosperidad y el éxito están supuestamente en las grandes y "evolucionadas" ciudades. Decididos a recibir y atender gente desconocida, a alimentarse de la constante restauración del espíritu que el mar brindaba a ellos.
Aproximadamente a quince horas de Piangüita, en Bogotá, dos rolos con ganas de paseo, emprendían un viaje hacia Cali, sin nada más en mente pero dispuestos a estar lejos de la capital por unos días.
Rodrigo y Eduardo llevaban un mes pensando en programar alguna salida para semana santa. Algo que les permitiera abstraerse del entorno que se había vuelto algo asfixiante, algo que brindara un poco de unión e intimidad que en la capital era imposible tener por motivos de fuerza mayor: trabajos, academias y "familias" de por medio. Bastante frustrante, castrante y sobre todo agotador.
Ansiosos, contentos y muy nerviosos, por la locura cometida y no terminada, se desplazaban por la carretera en medio de una noche tranquila, despejada y fría. Helada en un momento, perfecta para estar metidos en la cama arrunchados. Pero no, ellos ya habían estado en cama ese día, reposando algo por la tarde, para arrancar por la noche y aprovecharla de otra forma. Hubo parada a comer, a echar gasolina y el camino continuó. A las 6:00am estaban en Cali, y Rodrigo enfermo de fatiga y sueño, invitó a Eduardo a desayunar con avena deliciosa.
Rendidos, tras la noche de viaje, buscaron con urgencia algún lugar para poder dormir hasta el medio día y recuperar el sueño atrasado. Llegaron a una casa muy simpática de color verdoso algo desteñido y claro, pagaron el día de hospedaje, de parqueadero y luego de una fría y refrescante ducha, durmieron hasta la 1:00pm para salir, muertos del hambre a buscar algo que almorzar. Hasta el momento, todo había salido muy bien, y continuó así. El almuerzo estuvo exquisito, apanado, una de las tantas debilidades de Eduardo en cuanto a comida se refiere, y lo mejor de todo, económico. Fueron a Chipichape a caminar y reposar un poco, comieron helado, caminaron muy atentos por todo el centro comercial y luego emprendieron un recorrido por las calles del centro de Cali, luego comieron algo sencillo, tomaron un poco de ron, Eduardo unas cervezas y a dormir fueron, pues habían quedado al día siguiente de salir temprano hacia Buenaventura, que estaba a dos horas de Cali para encontrar un nuevo destino y visitar el mar que tanto anhelaban, además de conocer un sitio nuevo para ambos, salir de las ciudades por completo, darse un tiempo de relajación pura alimentado por la música de las olas. La noche estuvo bastante agitada y se durmió poco, motivo por el cual salieron no temprano sino al medio día pasado, en busca del mar.
La carretera espectacular, espesa y húmeda con desbordante energía proveniente de la selva, con mucha lluvia, mucho calor y muy poco tráfico. Y ya una vez en Buenaventura, con el carro finalmente guardado, se embarcaron por el muelle hacia la lancha que los llevaria luego de mirar la larga lista de playas del sector hacia Piangüita. Playa elegida.
Recibidos muy cálidamente por los habitantes de esta, uno de los muchachos que ayudaban a bajar el equipaje de las lanchas les presentó a un señor que cordialmente los invitó a mirar un lugar donde podían hospedarse: Don Jaime. Como no tenian nada programado accedieron sin mayor importancia a visitar una cabaña que resultó siendo la más bonita y cómoda en la isla. Con el temor de ser rechazados, claro, pero todo estaba muy tranquilo.
Una cabaña decorada por todas partes, con cuadros, antigüedades y adornos hasta en el techo, estupenda, bellísima, de la cual fue imposible salir, sin antes dar un sí al señor que los había llevado hasta allá.
La cabaña y el lugar gustó tanto, que decidieron quedarse un día más. Recibieron la atención que no recibieron en Medellin por ser una pareja del mismo sexo, encontraron amabilidad hasta en las personas residentes de la playa. Todos de una apertura y una despreocupación inmensa, todos alegres.
Finalmente el día que decidieron viajar, Don Raúl se presentó. Deliciosa cocina, muy atentos y tranquilos, hablaron un par de cosas, no existió hielo por ninguna parte, les guardaron un momento el equipaje, dieron otra vuelta por la playa y comenzaron el regreso a Bogotá. Ya no por Cali, por Buga.