Llegábamos una noche fría, con más viento de lo normal, las luces de la ciudad otorgaban una agradable bienvenida a casa y el cansancio se olvidó por un momento en el que la tranquilidad de la hora nocturna avanzada, se rompía con un par de estruendos de arma de fuego que a lo lejos hacían llegar su mordaz eco a nuestros oídos.
Recuerdo que fumaba un cigarrillo en la ventana y por un momento pensé en el riesgo desafortunado de ser impactado por una bala, pero aún así, no me moví a pesar de la angustia, tampoco mencioné palabra alguna. Miraba el horizonte mudo, contemplaba el alterado y nuevo silencio y me invitaste a tomar una ducha antes de acostarnos a dormir, pues veníamos de un viaje largo y había que lavarnos. Siempre es agradable darse un baño por la noche y más sabiendo que servirá para un delicioso y ameno sueño profundo.
Entraste tu primero, cuadraste el agua para mí, de modo que no tuviera que pegar un brinco por una quemada ni un grito por una estampida de agua helada. Acto seguido me dijiste que ya podía entrar, así que coloqué las toallas al lado de la puerta, la moví para abrirla, me despojé de la ropa interior que aún llevaba puesta y puse un pie adentro de la ducha.
Mojamos nuestros cuerpos bajo el agua tibia, te miraba con mucho deseo, siempre me ha encantado mirar un cuerpo mojado, con el tuyo, me era complicado concentrarme en razonar, me hipnotizaba tu figura desnuda mientras por ella escurría agua por montones y se trazaban recorridos líquidos de arriba hacia abajo, de cabeza a pies...